Zacatecas, tierra de toros.
El Quinta Real de Zacatecas es un espectáculo fascinante. El hotel destila una vibrante sensación de casta bravía.
El infaltable pretexto de celebrar las fiestas patrias y la inquietud de recolectar nuevas experiencias me ha llevado este año, junto a un grupo de buenos amigos, hasta la ciudad con rostro de cantera y corazón de plata. Patrimonio Cultural de la Humanidad por parte de la Unesco, cuna de grandiosos artistas plásticos, y referente indiscutible de la fiesta brava, Zacatecas sabe a México y en su frío aire, además de tequila, se respira nuestra milenaria cultura mexicana. La que fuera la ciudad colonizadora del norte de México en la Nueva España, deslumbra a paisanos y extraños con sus singulares costumbres, lujosos paramentos, valiosos acordes y celebraciones de categoría como sus corridas de toros.
Los aficionados a los toros no son pocos en las faldas del cerro de la Bufa. La decimonónica Plaza de Toros de San Pedro ocupa lo que llego a ser el límite de la «Muy Noble y Leal Ciudad de Nuestra Señora de Zacatecas» (nombrada así por Felipe II, Rey de España, Sicilia y Cerdeña) en la intersección de la calle González Ortega y el acueducto. Erigida en la bonanza minera de finales del XIX, el antiguo coso taurino fungió como anfitrión de inolvidables festejos taurinos hasta la edificación de la Monumental Plaza de Toros de la ciudad, que acoge hoy a los diestros y a su público en Zacatecas capital. La nostalgia de aquellas tardes se puede revivir en el mismo albero (ahora una elegante explanada) por el que desfilaron valientes matadores. La antigua Plaza de Toros de San Pedro es hoy un hotel de clase alta y tradición profunda en el que los acordes de la Marcha de Zacatecas, cortesía de la Banda Sinfónica del Estado, retumban todavía en los tendidos del recinto. El Quinta Real de Zacatecas es un espectáculo fascinante. A la vista, desde el viejo redondel, los arcos de la plaza se funden con los del acueducto ‘El Cubo’ que se recortan con las gradas dejando el cielo como lienzo de la instantánea. Desde la barrera los toros se ven mejor y es aquí donde ahora se disfrutan las viandas. La Plaza es el restaurante del hotel, que dispuesto en 3 niveles, ocupa los tendidos de sombra del ex-coso taurino. Los finos manteles blancos remembran los pañuelos de la peña, agitándose al aire pidiendo al juez los trofeos del matador en faena. En las refinadas mesas del comedor se sirven auténticos platillos regionales. Entre otras exquisiteces, los sopes de cochinita y el tradicional Asado de Boda zacatecano son destacables. La atentísima cortesía de un equipo de profesionales se hace cargo también del Botarel, el bar del hotel situado en lo que un día fue toriles. Por demás queda, mencionar el buen gusto en la decoración del magnífico parador de cuyas paredes cuelgan obras de consumados artistas como Pedro Friedberg y los oriundos de la región: Pedro y Rafael Coronel; a quienes resulta imprescindible visitar en las pinacotecas locales que llevan sus nombres y acogen sus acervos. A través del tiempo, las actividades de la localidad se han manifestado en forma de elegantes monumentos. Los zacatecanos se ponen el oro y la plata por montera y la exhiben a los cuatro vientos. Para muestra, un botón, o la Catedral entera. Erigida entre el barroco y el neoclásico, el churrigueresco templo dista mucho de ser como la casa del moro que ‘por fuera no es nada y por dentro un tesoro’. El delicado detalle de la fachada de cantera rosa, un excelso trabajo de filigrana digno de un platero, es solo el entremés del bacanal espiritual. Dentro del recinto, bajo la cúpula octogonal de la nave central, la luz natural retoca el descomunal bronceado oro de 24k del retablo principal firmado por el michoacano Javier Marín.
De aquellos polvos, estos lodos. La explotación minera de la ciudad, que ocurrió en diferentes intervalos de la historia de Zacatecas, heredó un inestimable bagaje cultural que no se limita solo a las destacables joyas arquitectónicas. A diferencia del oro y la plata, que no se vieron más por estos lares, son estas joyas y los grandes nombres del arte como el de Manuel Fuelguerez quienes fortuitamente hacen el ‘don Tancredo’ y permancen en la memoria de la ciudad. En el ‘lugar donde abunda el zacate’ (del náhuatl, Zacatecas) la celebración de México tiene cabida en lo mestizo, en el encuentro de las costumbres de la madre patria con las de este lugar. Desde la Mina El Edén el corazón de la ciudad late fuerte y mantiene vivo el carácter noble su rostro rosado. Por los retorcidos callejones del casco antiguo, los músicos suenan sus trompetas y tambores mientras animan las míticas callejoneadas zacatecanas. Al toro hay que agarrarlo por los cuernos, y a Zacatecas, por el centro.