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De puertas para adentro
Texto publicado en el libro: Herrera Cornejo, Arturo, 2017, ‘Alfonso Alvarez Barreiro, Un Empresario del Siglo XX en Michoacán’, Morelia, México, Morevalladolid.
Cuando mi abuela Luisa, la mujer de Don Alfonso Álvarez Barreiro, decidió escribir el libro de su vida lo primero que hicieron sus hijos Alfonso y Emilio fue regalarle una computadora. En el estudio de la casa de mis abuelos, Doña Luisa pasaba su tiempo aprendiendo ‘computación’ y poniendo por escrito su infancia durante la Guerra Civil Española, su adolescencia mexicana en el exilio y su vida adulta al lado de mi Abuelo en la ciudad que adoptaron como propia: Morelia. La ‘Maestra Miaja’, activa e inquieta, se dedicó con ahínco a recopilar información para sus memorias en una época en la que el internet interrumpía la señal del teléfono y servía máximo para mandar correos electrónicos. Con la ayuda de su hijo Alfonso, mi abuela se creó una cuenta de hotmail y a través de ella intercambiaba mensajes con algunos habitantes de su natal Melilla quienes le enviaban imágenes recientes de la ciudad, fotos de su casa de veraneo, pormenores de la cárcel donde estuvieron presos y otros datos generales que fueron llenando las páginas de su libro ‘Sombras y luces del ayer: Éxodo de recuerdos’ editado en 1999. La conexión que tuvieron madre e hijo era evidente: ella se entretenía recordando su vida y él se interesaba por los detalles de la Guerra Civil en España desde la perspectiva de una sobreviviente. El resultado fue nada menos que entrañable.
Mi Abuelo en cambio, que fue muy hábil para escribir (se le puede leer en algunas semblanzas en los periódicos del Club Rotario de Morelia), no dejó un testimonio escrito de su periplo y su trayectoria es digna de reconocerse. No solo por su activismo social y su actividad empresarial; también por su promoción al deporte y al desarrollo urbano de Morelia; y por las diversas actividades y proyectos en los que participó con notable liderazgo.
La idea original fue de mi Tío Alfonso y con la inquietud heredada, una vez más, los hermanos Álvarez Miaja se dieron a la tarea de poner por escrito la vida de su padre. La voluntad de ellos y la exhaustiva e interesante investigación del historiador Arturo Herrera Cornejo nos permiten entonces a través de las páginas de este libro adentrarnos en la vida pública de un moreliano por adopción que llegó para quedarse y se ganó un lugar dentro de la historia de la ciudad. Pero la huella que dejó este hombre abarca mucho más que lo que se vivió de puertas para afuera. Mi Abuelo Alfonso fue además la cabeza de su familia, líder entre sus amigos, sabio consejero y un gran maestro cuyos ejemplos y consejos han trascendido en quienes convivimos con él.
Alfonso Álvarez Barreiro nació rumbero y jarocho en el Puerto de Veracruz. A esa ciudad habían llegado sus padres ‘con una mano atrás y otra adelante’ procedentes de Galicia. A diferencia de otros españoles (llegados algunos años más tarde a causa de la Guerra Civil) la familia Álvarez Barreiro había venido a ‘hacer la América’, un término bien conocido entre gallegos y asturianos cuyas familias vinieron a México a principios del siglo XX desde luego a trabajar, pero primordialmente a buscar un mejor futuro. Alfonso, hijo de dos aldeanos de Loña del Monte, aprendió de ellos la cultura del trabajo y de sus hermanos la constancia y la perseverancia para salir adelante.
La situación que vivía su familia lo llevó a trabajar desde muy joven. Primero lo hizo en una panadería y después en un banco. De todos sus empleos aprendió y en todos destacó, pero hubo uno que recordaba con más determinación. A los 20 años se fue a trabajar a Houston, Texas alentado por un primo que vivía allá. Al cabo de unos meses su desempeño fue mejorando y comenzó a hablar inglés, con ello se ganó un ascenso dentro de la empresa aunque existían otros factores por los que ocurrió. Nunca le habían creído que era mexicano por su color de piel y en aquel momento ya estaba listo para liderar a sus compañeros de quienes había aprendido: un grupo de obreros entre los cuales había varios de raza negra. De puertas para afuera nunca platicó ese detalle ni otro que concretó su regreso expedito a México: Estados Unidos peleaba la Segunda Guerra Mundial, su ejército necesitaba refuerzos y los reclutamientos eran constantes en ésta y en otras fábricas de la ciudad.
Las páginas de este libro desdoblan las andanzas de un personaje valiente y responsable al que no se le cerró el mundo y supo sobreponerse a su circunstancia. Mi Abuelo se forjó un porvenir contradiciendo los augurios y rompiendo los moldes de su propia familia: se casó con María Luisa hija del General Miaja (aun cuando en su casa le dijeron que no estaba a la altura para contraer matrimonio con la hija de un militar de la Republica Española de tal rango); se emancipó de sus hermanos para tener su muy modesto pero propio negocio en la Ciudad de México; y más adelante dejó su patrimonio en la capital del país para buscar nuevos horizontes en el estado de Michoacán. Los pasos que dio Alfonso Álvarez fueron siempre firmes y sobre el camino del éxito.
A Morelia llegó para establecer la Distribuidora Michoacana de Automóviles. Y aunque ésta era una tierra desconocida para él, no lo era tanto para Fernando Rodríguez Miaja (el primo de mi abuela y esposo de su hermana Pepita). Con su concuño se asoció para arrancar el negocio con matriz en la capital y una sucursal en Uruapan. ‘Ya llegó Rockefeller’ murmuraban los cafeteros de ‘El Panal’ cuando arribaba el Ing. Rodríguez Miaja a tomar café en el extinto local de la Avenida Madero. La razón era que el coche de mi Tío, un Lincoln color negro de amplias carrocerías, no se veía muy seguido por estas calles. Al cabo de algunos años mi Abuelo se quedó como único propietario de la distribuidora pagando ‘religiosamente’ hasta el último centavo del valor de sus acciones a mi Tío Fernando y la relación que tuvieron perduró conservando el respeto y la amistad. ‘La única discusión que tuve con tu Abuelo fue por un partido de futbol’ recuerda siempre mi Tío.
‘Quien tiene un amigo tiene un tesoro’ y para mi Abuelo existían pocas cosas más importantes que la amistad. En una ocasión me preguntó que si yo practicaba algún deporte; a mi respuesta negativa replicó con un consejo: ‘escoge un deporte (el que tú quieras) y dedícate para que hagas un buen grupo de amigos’. Alfonso Álvarez Barreiro tuvo muchos y muy buenos de ellos. Con algunos se juntaba para realizar proyectos altruistas y con otros para hacer negocios; con unos se reunía para hablar de política y con todos se juntaba ‘a tomar la copa’. Hubo un grupo muy especial que le dio grandes momentos de satisfacción y alegría: junto a algunos de sus compadres y otros allegados formaron una directiva con el objetivo de hacer que el equipo de futbol de la ciudad, el Atlético Morelia, subiera a la primera división. Con ese nombre bautizaron ellos mismos el referente histórico de lo que hoy es Monarcas Morelia y hasta promovieron (y lograron construir) el Estadio Morelos. Todos sus amigos fueron parte fundamental en su vida y él se dedicó a cultivar su amistad.
Don Alfonso era un hombre serio, de mucho carácter y a la hora de cumplir había que hacerlo de manera exacta. ‘La puntualidad es don de reyes y virtud de caballeros’ nos adoctrinaba mi Abuelo que tenía poca paciencia y pecaba de ser puntual. Y así como lo hacía de puertas para adentro influía también en sus trabajadores y hasta en su círculo de amistades. Pero ese no era el único rasgo de educación que lo caracterizaba. Era un hombre de mundo, formal, aseado, reservado y muy cortés. Evitaba decir malas palabras y desestimaba a los hombres que no se rasuraban diario. En los restaurantes saludaba estrictamente descendiendo casi nada la cabeza ‘aunque se apersonara la mismísima Elizabeth Taylor’ y se ceñía con rigor a una de las recomendaciones que El Inválido le da a Andrés antes de partir en el poema de Antonio Plaza: ‘…de todos piensa muy mal; pero habla muy bien de todos.’
Al lado de María Luisa Miaja Isaac, Don Alfonso formó su familia y tuvieron cuatro hijos: Patricia (q.e.p.d.), Gloria, Alfonso y Emilio. De sus matrimonios con Manuel Bartlett, Olivia Abraham e Ybett Abouchard respectivamente nacimos seis nietos: León Manuel, Alejandra, Olivia, Natalia, Alonso y yo. La casa de mis abuelos fue siempre el centro de reunión: los sábados para tomar el aperitivo en el bar, los domingos para comer la familia al completo y los fines de año para celebrar la navidad. Todas las reuniones giraban siempre en torno a la comida, el vino, el futbol y la música que ponía mi Abuelo. De algunas de ellas salieron viajes inolvidables y de todas grandes enseñanzas que me han formado y atesoro con profunda admiración.
Estoy convencido que el interés que suscitará este libro se extenderá más allá de quienes conocimos a mi Abuelo de puertas para adentro. Tan solo en el estricto sentido de la narración de sus más de 90 años de vida entrelazados con la historia del desarrollo de Michoacán; pero más por los logros y las metas conseguidas por una persona tan activa y exitosa. Don Alfonso destacó más allá de su actividad profesional principal como lo fue la distribución de vehículos de diferentes marcas en el estado de Michoacán y llegó a ser un actor principal en el desarrollo urbanístico, social, deportivo, empresarial e industrial realizando con éxito proyectos en pro de los habitantes de la ciudad y del estado. Con la misma responsabilidad que lideró el Club Rotario de Morelia y la Asociación Mexicana de Distribuidores de Automóviles (AMDA), asumió la presidencia del equipo Atlético Morelia; y con el mismo compromiso que impulsó la construcción del Estadio Morelos, promovió la creación del Club Campestre de Morelia.
Hubo un tiempo no muy lejano en que al menos media Morelia conocía a Alfonso Alvarez Barreiro. ‘El hombre no es de donde nace, es de donde pace’ decía él mismo. Y ‘Don Alfonso’ como era conocido y reconocido en Morelia, llegó a esta ciudad no solo para trascender en la vida profesional, si no para destacar en todos los ámbitos en los que se hizo presente. Tan necesario es el testimonio como importante es su ejemplo. Cuando conocí a mi Abuelo él estaba en el último tercio de su vida y yo era todavía un mequetrefe. Conforme he crecido, cada refrán, cada frase y cada consejo es más atinado; y conforme ha pasado el tiempo me he dado cuenta que la congruencia con la que vivió es digna de aplaudirse. En la vida de Don Alfonso, las puertas eran de cristal.
Emilio Alvarez Abouchard
Morelia, Michoacán, 2017.